05 abril, 2010

Silvio Rodríguez y su Segunda Cita con los enanos

Por M. H. Lagarde

A Silvio, nadie lo dude, se le sigue escuchando bien quedo cuando habla. Especialmente los delimitadores de la independencia a quienes, por lo visto, más que su inagotable talento, les molesta que el cantautor persista en la necedad de querer morirse como vivió y no, como muchos otros han escogido, como un renegado.Su Segunda Cita, el último disco del trovador, les ha caído en la cabeza como un cubo de agua fría. Entre otras razones, porque su presentación ha coincidido con la última campaña mediática contra Cuba a la que se han prestado gustosos algunos intelectuales de ambiguas reflexiones mercachifles, u otros desahuciados por el mercado, dispuestos estampar su rúbrica en cualquier misiva siempre que el papeleo les ofrezca algo de notoriedad.
A raíz de la presentación de Segunda Cita, que tuvo lugar en la Casa de las Américas, en La Habana, no faltaron medios de prensa -que no necesitan la muerte voluntaria de ningún huelguista, (les viene bien cualquier pretexto), para atacar a la Revolución cubana-, que intentaron tratar de sumar, manipulación mediante, la voz del poeta al coro de plañideras y arrepentidos que hoy se rasgan dramáticamente las camisas.Si letras como “Sea señora”, leída por el trovador en la conferencia de prensa que ofreció en su última cita con su público, ha provocado el berrinche de los correligionarios de quienes otras veces han deseado arrastrarlo sobre rocas, arrancarle la lengua y el badajo, por aquello de:
“Hágase libre lo que fue deber.
Profundícese el surco de la huella;
reverdézcanse sol, luna y estrellas
en esta tierra que me vio nacer.
A desencanto, opóngase deseo.
Superen la erre de revolución.
Restauren lo decrépito que veo,
pero déjenme el brazo de Maceo
y, para conducirlo, su razón”.…
no sé qué pasará cuando, a la velocidad de las nuevas tecnologías, se diseminen por el mundo los 12 track que conforman su última entrega.
Sus mejores críticos, esos a los que la poesía les provoca cólicos, pronto descubrirán que en su más reciente CD, Silvio, a pesar del paso del tiempo -que en su caso, por cierto, no parece resultar nada implacable-, sigue siendo el pensador irreverente de siempre que, convocatorias de ángeles y criaturas mitológicas aparte, no ha dejado nunca de tomarle el pulso a la terrenal realidad que lo circunda, sean cuales sean sus circunstancias.

El poeta que sabe que:
“Por aquí abajo huelgan las maravillas,
la costumbre deserta de la piedad.
Reina la pesadilla como suprema divinidad.
Ego, fama y dinero, sí,
bendita trinidad”.(…)”
Las redes tejen sueños para subastas;
la sangre ajena es un efecto especial.
La dignidad se gasta
como la piedra filosofal.
El lucro y la codicia, sí,
forman la patronal”.
Y que, en el tono del más puro son cubano, descubre en alta voz lo que le pidió a la patrona en la ermita: “que nos libere del bloqueo y de los trogloditas; que las salidas y las entradas sean expeditas; para que la existencia de los hijos sea bonita; y que opinar deje de ser jugar con dinamita”; para evitar, de ese modo, que las alas no se nos vuelvan herrajes y tengamos que volver a hacer el viaje a la semilla del maestro.
Está demás decir que el antiguo nuevo trovador no será aplaudido -y es lógico-, por quienes lo convocan a tomar partido, en el mejor de los casos, por la desesperanza.
Ya lo dije antes, a los llamados disidentes, en realidad asalariados del pensamiento oficial del imperio, no les gusta que le tomen la palabra, y mucho menos, desde posiciones revolucionarias e independendistas.
Si nada menos que ese genio que es Silvio Rodríguez se pone a cantar por ahí, lo que según dicen sus críticos que en la Cuba reprimida y sin libertad de expresión, ni siquiera se puede mencionar, de qué van a vivir entonces esos liliputienses de la mediocridad.

http://cambiosencuba.blogspot.com/2010/04/silvio-rodriguez-y-su-segunda-cita-con.html

Silvio en segunda cita con el bolero

Imágen de Contraportada del CD "Segunda Cita" de Silvio Rodríguez

Por Marta Valdés
De regreso de uno de los estados de emoción más intensos que haya podido experimentar en mucho tiempo ante una canción, comienzo a articular estos párrafos. Mira que al bolero le han dicho pesadeces en este último medio siglo: que si el bar, que si la cantina, cosas de gente sin melodía, abandonados de la forma, atentos solamente a la palabra sin saber qué hacer con el tesoro derramado sobre la historia propia y verdadera que amasaron legiones de trovadores y poetas, cancioneros y cancioneras empeñados en tener siempre a mano algo nuevo y fresquecito para darnos de cantar.

A veces he sentido escalofríos ante etiquetas como “trova intermedia” o “canción inteligente” que, a mi entender, no son más que balas perdidas que nada tienen que ver con la naturaleza de la música -esa parienta pobre destinada a asomar malamente las narices por entre cadenetas de frases tantas veces regañonas. De regreso de mil y un episodios en una larga historia que comenzó cuando apenas alcanzaba yo la mayoría de edad, tropiezo con un bolero de Silvio Rodríguez capaz de poner en claro que toda la inteligencia del mundo puede caber en la brevedad de esa forma noble y melodiosa. Inteligencia ya ensayada en la arena del viejo debate entre las formas de trova que tantos protagonistas de nuestra historia musical nos fueron regalando y que hace muchísimos años cobró vida cuando Silvio, tan joven, navegó con el aire a su favor por entre los cinquillos de aquel bolero suyo donde quedaban claras más de cuatro cosas; sobre todo, que la guitarra es la guitarra sin envejecer.

Ahora en Demasiado, que es el título del bolero colocado en el cuarto corte de su nuevo disco Segunda Cita, el autor se nos aparece montado en una cadencia rítmica no tan lenta como la del estilo que impuso el Benny y -sí– tan incisiva como la de aquel ¡Oh, vida! que se nos mete -como acostumbraba decir mi abuela entre tantas expresiones traídas de Camajuaní- “en la masa de la sangre”. Con esas armas así como desde esa manera a ras de pueblo asumida por él para emitir su voz y entonar su canto, asalta el sentido común y nos va convocando a la más absoluta atención; diría yo que llega a rendirnos por ley de suavidad.

Demasiado, de Silvio Rodríguez, es un bolero que aprieta el corazón y pone en orden los sentidos. A estas alturas de la vida -lo admito– mientras iba admirando la transparencia de su letra en conjunción perfecta con su melodía, mientras me acunaba en el equilibrio de los silencios entre frase y frase, un hilillo de luz se me colaba en el pensamiento y no me quedó otro remedio que llorar como es debido.
DEMASIADO (2003)

A César Portillo de la Luz

Demasiado tiempo,
demasiada sed
para conformarnos
con un breve sorbo
la única vez.
Demasiada sombra,
demasiado sol
para encadenarnos
a una sola forma
y una sola voz.

Demasiadas bocas,
demasiada piel
para enamorarnos
de un mal gigantesco
y un ínfimo bien.
Demasiado espacio,
demasiado azul
para que lo inmenso
quepa en un destello
solo de la luz.

Demasiado polvo,
demasiada sal
para que la vida
no busque consuelo
en el más allá.
Demasiado nunca,
demasiado no
para tantas almas,
para tantos sueños,
para tanto amor.

Almendares, 3 de abril de 2010

Cita con los Cubanos

Por Guillermo Rodríguez Rivera

En su último disco, el trovador paradigmático que es Silvio Rodríguez, ha convocado a lo que llama una segunda cita. La anterior había sido “con ángeles”. A ella, concurrían los que habían sido algunos de los visibles ángeles entre nosotros los humanos: Giordano Bruno, el hereje condenado por liberar la mente del hombre contra la interesada mentira establecida; Federico, el poeta asesinado por el fascismo y los prejuicios; José Martí, caído luchando con “los pobres de la tierra”; los centenares de miles de masacrados en Hiroshima, cuando una superpotencia quiso aclarar quien era el país poderoso a quienes todos deberían subordinarse; el odio racista que asesina a los que demandan justicia e igualdad, como el reverendo Martín Luther King; el fanatismo que se resuelve en terror como en los dos terribles 11 de septiembre: con la muerte de Salvador Allende, que quiso mejorar pacíficamente la vida de los chilenos, o el criminal derrumbe de las torres gemelas niuyorquinas.

Si ahí llegaban los citados “ángeles” que nos pedían ser “un tilín mejores”, pero que sólo podían contemplar las tragedias, en esta Segunda cita, creo que Silvio nos convoca y se nos une a todos, a los cubanos que hemos opinado al reclamo del presidente Raúl Castro, sobre las posibles soluciones a los agudos problemas que el pueblo ha sufrido e identificado.

Esta segunda no es una cita ideal, con “ángeles” que ya no pueden hacer nada, necesaria pero exclusivamente ética, es una nueva cita con la historia, que quiere repercutir en la vida cotidiana, en la vida real de los cubanos.

Todo parece indicar que regresa el Silvio que quiso “dejar la casa y el sillón” en los tiempos heroicos del Che o que enfrentó a los burócratas de la cultura en “Debo partirme en dos”. Es el mismo Silvio, en efecto: los que han cambiado son los tiempos y con ellos las circunstancias.
Pero, además, este disco aparece en medio de una feroz campaña mediática desatada contra la Revolución Cubana a raíz de la muerte por huelga de hambre, del recluso Orlando Zapata Tamayo.

Silvio Rodríguez, que es a veces un extraordinario poeta coloquial de una canción que puede hacerse directamente comunicativa, también es capaz de soslayar, metaforizar, sugerir a través del vasto manejo de un idioma que ha enseñado a servirle.

El disco aparece en un instante de intenso río revuelto por el enfrentamiento entre la Cuba revolucionaria y sus enemigos, y en ese río revuelto, los permanentes adversarios de las ideas que la Nueva Trova cubana ha defendido, quieren pescar, y enganchar en un anzuelo fraudulento lo mismo a Pablo Milanés que a Silvio Rodríguez.

El exiliado cubano Hernández Busto, que ha reclamado la intervención militar norteamericana en Cuba, ha dicho que sólo su prestigio evita a Pablo ser encarcelado y él, claro, evade considerar aquella reflexión de Pablo sobre la Cuba que desea: “Con los Castro, pero con cambios”.

La prensa oficial española obvia o minimiza opiniones centrales de ambos trovadores para contraponerle los deseos de cambios esenciales en el país que ambos tienen, muy generalmente presentados sin que de esa presentación se pueda colegir la verdadera posición de los dos trovadores que, de pronto, parecen identificarse con los detractores de la Revolución.

En la presentación de Segunda cita, Silvio subrayó la incapacidad que han tenido las reseñas que han aparecido sobre el disco, para comprender y valorar las ideas que el fonograma pone en juego.

El disco ha aparecido en Argentina y en España, pero su autor dice que esta obra está hondamente ceñida a nuestra realidad y sus críticos extranjeros, no conocen Cuba lo suficiente como para entender lo que Segunda cita está diciendo.

Tengo muy poco espacio para abundar, pero aquí va un ejemplo típico: el diario madrileño El País, enfatiza estos versos de la canción que da título al disco. Los versos de “Segunda cita”, dicen:

Quisiera ir al punto naciente
de aquella ofensiva
que hundió con un cuño impotente
toda iniciativa.

Y pareciera que la “ofensiva” es la Revolución misma.
Pero los que hemos vivido los tremendos años de la Revolución y conocemos cómo piensa Silvio, sabemos que el trovador no alude a la Revolución de 1959, sino a la Ofensiva de marzo de 1968, que liquidó toda la actividad económica no estatal, las empresas medianas y pequeñas y hasta el puro trabajo individual privado, e introdujo males que no conocíamos después de siete años de socialismo, y que no hemos conseguido superar desde entonces: la mentalidad de esperarlo todo del estado, porque el estado lo tenía todo y cualquier iniciativa al margen de él, era ilegal: es a partir de ahí que se hunden las iniciativas y aparece la pasiva “mentalidad de pichón”, que Lázaro Barredo zahería y condenaba en una reciente edición de Granma; el eufemístico “desvío de recursos”, que generó la inevitable costumbre de procurarse las cosas allí donde únicamente estaban: en los nutridos e incontrolados almacenes del estado; y, finalmente, aunque la economía no lo necesitara y aun lo sufriera, el estado tuvo que dar empleo a todos los que había dejado sin modo de vivir. Esto es: produciendo menos y gastando más.

Enfrentar esos viejos errores, es el sentido de lo que Silvio llama “refundar la Revolución” o “volver a hacer el viaje a la semilla de José Martí”. Reconocer dónde nos equivocamos y hacer una segunda cita con la historia para obtener todo lo que se nos perdió: desde el auténtico desarrollo de la Revolución, hasta “el pasado de cierta muchacha que andaba de noche El Vedado, liviana y borracha”.

Esta es la perspectiva de Segunda cita, que va a tener que enfrentar enemigos de muy diversos pelajes: de un lado, los contrarrevolucionarios que no quieren refundar la Revolución sino acabar con ella, y que darían lo que no tienen por sumarse las voces de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez; del otro, una burocracia temerosa o satisfecha que no quiere el más mínimo cambio para que todo siga igual, y si al fin ellos mismos destruyen la Revolución, que sea para convertirse en “la nueva clase”, dominante y burguesa, como ha ocurrido en otras partes.
No sé si Silvio estará de acuerdo conmigo, pero Segunda cita es un manifiesto, y esa es la convocatoria a la que debemos concurrir: a la del cambio revolucionario.