14 mayo, 2008

La Expedición que viví y sentí, la que me tocó

Por Estrella Díaz

Voy a hablar de lo que viví y sentí y lo hago, casi, para reverenciar una lágrima contenida, multiplicada y compartida: ocurrió en el Karl Marx, el teatro de los grandes acontecimientos (así lo llaman) al asistir al segundo concierto que ofreció Silvio Rodríguez.

Otros colegas han hablado sobre el tema, pero me centro en una sola experiencia: la mía, la del pasado sábado 10 de mayo.

El primer impacto (visual) fue la escenografía de Ernesto Rancaño --un artista difícil, casi imposible, de entrevistar ¡hace más de nueve años lo intento sin resultado satisfactorio! y es que, parece, su timidez es más fuerte que mi insistencia-- que da continuidad al aliento que le imprimió al disco Expedición

El sentido instalativo de la escenografía es obvio: una inmensa tijera que pende ¿sobre nuestras cabezas?, una herradura ¿símbolo de la buena suerte?, una pala ¿es acaso el trabajo lo decisivo?, un cachumbambé ¿a veces abajo, otras arriba?, un imperdible o, mejor, un alfiler de criandera ¿algo que afianza, que sostiene?, un unicornio ¿mítico o real con la bandera cubana cual cuerno salvador? No sé, habría que preguntarle a Rancaño cada detalle, pero el resultado fue una atmósfera entre onírica y lúdica. De todas maneras, Rancaño no iba a contestar. No le gusta explicar el arte y en eso, tiene toda la razón.

Otro elemento del que muchas veces no se habla es del diseño de luces, en esta oportunidad bajo la responsabilidad de Manuel Garriga. Cada momento de la presentación estuvo pensado con un color diferente que se movió en la gama del azul intenso al tierno cielo y, luego, al amarillo más brillante que, en más de una oportunidad, iluminó la impresionante sala. Los seguidores, las torres auxiliares y ¡hasta las sombras que siempre van asociadas a las luces!, se pensaron a partir de un concepto abarcador. Fue un concierto con sutil puesta en escena, con dramaturgia del color. Así es como es.

Aplausos para Jerzy Belc (Jurek) y Ernesto Estrada, ambos responsables del sonido, un elemento indispensable cuando de música se habla: pudo sentirse, es decir, escucharse no solamente acordes y textos sino respiraciones con un nivel de nitidez impresionante que nada tiene que ver con el alto volumen.

No hay nada más perturbador cuando prevalece el criterio del “nivel de audio”. No. El secreto está en escuchar bien, en poder disfrutar de lo que se ejecuta, tanto las voces como los acordes de cada instrumento. Eso se logró y con creces, también, gracias a la gestión de Ana Lourdes Martínez en la asesoría musical. Enhorabuena.

Oliver Martínez, en la percusión, supo hacer lo suyo. Tal parecía que ese jovencísimo músico asumía tamaño reto como algo bien sencillo, comúnmente natural.

Se sabe que no es así: hay que tener mucha espuela para batirse, por ejemplo, con el trío Trovarroco --integrado por César Bacaró (contrabajo), Maikel Elizarde (tres) Rachid López (guitarra)­que ha realizado un intenso recorrido por el camino de la música y tiene ya unos cuantos años de trabajo junto a Silvio. Pero Oliver –que apenas lleva dos junto al trovador-- salió airoso y eso habla a favor de su talento y, también, de una formación que la da, esencialmente, el estudio de la música. Aquí podemos recurrir a una gastada frase: “el futuro está garantizado” que, aunque no me gusta mucho, se ajusta.

Las muchachas de Sexto sentido, una exquisitez. Confieso que me impresionó no solamente el acople vocal sino su forma de inserción en el espectáculo --que no era de ellas-- y sin pretender robarle protagonismo a nadie se ganaron, por derecho propio, algunos de los mejores aplausos del concierto. Se fueron sumando con discreción, como damas que son, pero apabullaron con la versión de “El necio” que contó con la intervención cómplice y demoledora de Silvio.

Párrafo muy aparte merece Niurka González, ¡qué manera tiene esa muchacha de ejecutar la flauta y el clarinete! Se lució, de verdad, en la técnica y en el dominio de esos instrumentos que, aunque suenan muy dulces, requieren de condiciones físicas especiales. Los silencios, los matices y hasta la expresión corporal nos mostró a una artista joven y lúcida, femenina y enérgica. El público, que es sabio casi siempre, la premió como corresponde: aplausos trocados en ovación.

Algo verdaderamente formidable son los arreglos que, según tengo entendido le corresponden al propio Silvio. Fue imposible determinar qué canción se avecinaba porque están tan renovadamente arropadas, que son otras. Por muchas piedras que tiré, confieso, no acerté. Nunca di en el blanco.

Me llegó un Silvio revisitado por sí mismo, como diciendo estoy aquí, ahora, con ustedes, con temas de ayer de hoy y para mañana; casi pidiendo perdón por una obra tan grande ¿Cuántas canciones se quedaron fuera?, ¿qué cantidad de temas que debieron estar no se escucharon? Muchos. Pero, ¿es posible en un sólo concierto abarcarlo todo? Improbable ante una obra tan extensa e intensa. Ser goloso, seguramente, no funcionaría.

Y cuando el público pedía más, Silvio complació con ¡cuatro temas! Ahí fue cuando, al final, encendidas las luces de sala, traté de captar, en perspectiva, todo el lunetario: ¡más de cinco mil espectadores, de pie, en gesto agradecido aplaudían al trovador!

Todavía no sé por qué la lágrima que tuve al borde se me salió, pero no fui la única: el trovador Ángel Quintero, a mi derecha, pasaba por lo mismo y Evaristo, el chofer del Centro Martín Luther King, Jr., a mi izquierda, se comportaba igual; también le sucedió a María Santucho, la coordinadora del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, y a Euda Luisa, amiga y web master de la emisora Habana Radio ¿Entonces, Silvio, qué fibra tocaste?, ¿a qué reducto del arte acudiste?, ¿cuál resorte activaste para concentrar y desatar tanta emoción?

Te agradezco por convencernos (si es que había dudas) de que el arte puede hacernos mejores. Esa fue la Expedición que viví y sentí, la que me tocó.

fuente:
Boletin Trovacub

13 mayo, 2008

¡Quién fuera... Silvio!


La presentación de Silvio Rodríguez en el complejo cultural Karl Marx, el pasado sábado, renovó bríos entre quienes acudieron a escucharlo

Por: José Luis Estrada Betancourt

Correo: joselestrada@jrebelde.cip.cu

13 de mayo de 2008 00:57:47 GMT

Seguramente usted también se ha dado cuenta: Silvio nos lee el pensamiento. ¿Deberíamos demandarlo por hurgar sin reparo en él, por convertir en elevada poesía nuestros secretos, nuestras ilusiones y pesadillas más acalladas, o deberíamos seguirlo venerando por ser quizá el cantautor más lúcido, el porfiado soñador que en estos últimos años nos ha acompañado con sus incesantes preguntas, con sus amores y desamores, con sus odios y alegrías que, al final, son igualmente nuestros?

Alguna vez, como ahora, deberá ser sana la envidia. Y entonces Rodríguez comprenderá que nosotros, los mortales, buscamos pero no encontramos esas memorables melodías que él hace nacer como la hierba en la tierra fértil, y que también añoramos ser Lennon, McCartney, Sindo Garay, Violeta, Chico Buarque..., pero sobre todo Silvio, y no lo conseguimos. Sin embargo, no es esa la razón por la cual se ha convertido en nuestro trovador, sino gracias a su poder para hipnotizarnos, para provocar que sigamos insistiendo en aprendernos sus canciones, en hacerlas nuestras, que acudamos en masa al Karl Marx, o adonde nos convoque, como sucedió la pasada noche del sábado, en que aceptamos enrolarnos en una expedición, donde quiso cantarle a todos y, al mismo tiempo, especialmente a cada uno de los presentes.

Sí, porque hay que decirlo. Silvio se las apañó para satisfacer hasta a los más exigentes, quienes incluso pudieran decir que faltó Rabo de nubes, Lo demás o Cita con ángeles, pero que quedaron «desarmados» cuando el poeta les regaló La gaviota, Expedición o una hermosa habanera al estilo de En el claro de la Luna que, a pesar de haber sido registrada en 1975, pone en duda el hecho de que este es un género fuera de moda, incapaz de conectarse con los más jóvenes.

Tengo que admitir que imaginé que después de tres años sin protagonizar un concierto en el coliseo de Miramar, Silvio centraría la mayor parte de su fabulosa presentación en los temas que integran el álbum Érase que se era, sobre todo sabiendo que junto a él estarían los mismos virtuosos que lo acompañaron en la grabación de dicho fonograma: la flautista Niurka González, el trío Trovarroco, el percusionista Oliver Valdés y las magnéticas muchachas del cuarteto Sexto Sentido. Sin embargo, de este solo clasificaron El papalote y la lírica Judith (posiblemente para dejarnos con las ganas) en este recorrido de más de dos horas por una música avalada por los tantos años de perenne permanencia en la memoria de medio mundo.

Como mismo sucediera con Érase..., cuyos temas parecían, por su vigencia y frescura, escritos ayer, a pesar de haber sido compuestos esencialmente entre 1967 y 1972, las canciones interpretadas con una voz madura y afinada no fueron una mera repetición de lo ya grabado con el fin de «despertar» nuestra nostalgia, sino que sonaron tan contemporáneas que en ocasiones hasta superaron en lo musical el arreglo con el que fueron concebidas —Días y flores, por ejemplo—, gracias a estos instrumentistas de excelencia que prefirieron poner en función del lucimiento del conjunto sus innegables virtudes individuales. Sin tratar de llamar personalmente la atención sobre sí, todos, abnegados artistas, supieron cooperar exactamente en la parte más conveniente, en todo instante y en cada nota.

Y no obstante César Bacaró ofreció una clase magistral de contrabajo en Son desangrado o El escaramujo; en tanto Maikel Elizarde hacía alardes con el tres lo mismo en un Días y flores con los inconfundibles aires del punto cubano, que en el auténtico y espectacular mano a mano que estableció con Rachid López (guitarrista de concierto) en Me va la vida en ello. Por su parte, Oliver Martínez, dueño de unas manos y una musicalidad prodigiosas, sacaba el máximo provecho a un set de percusión que parecía ser demasiado para alguien tan joven, en temas como La maza, Mariposas o Sueño con serpientes.

En cuanto a las damas, mirándolas embobecido desenvolverse con gran arte en aquel ambiente rancañiano, extraordinario y mágico por lo demás, uno se preguntaba una y otra vez cómo es posible reunir en una persona tanta belleza, inteligencia y talento. Es mucho para un solo corazón comprobar que la González, delicada en el fraseo, impecable en las acentuaciones y exquisita en los matices sonoros, amén de ofrecer una sonoridad y potencia envidiables, mostraba a cada instante su dominio técnico no solo de la flauta sino también del clarinete en piezas como Óleo de una mujer con sombrero, Quién fuera; América, te hablo de Ernesto; Mariposas, El papalote... Y después, como si no fuera suficiente tanto hechizo femenino, fue demasiado para un solo concierto «soportar» a las mulatas de Sexto Sentido.

Herederas de Elena, Omara, la Mora y Rita, pero también de Ella Fitzgerald y Aretha Franklin, las jóvenes impresionaron, primero versionando a capella —como si hubieran sido creadas para ellas—, piezas como No me platiques más, Come together y El necio, del propio Silvio, para luego prestar sus afinadísimas y potentes voces a formidables coros que hicieron más redondas (si eso es posible) canciones de siempre: La era está pariendo un corazón, Sueño con serpientes o Me va la vida en ello —por solo citar algunas—, obsequio divino de Luis Eduardo Aute, a quien Silvio quiso homenajear como mismo hizo con Luis Rogelio Nogueras de quien leyera el estremecedor poema Halt!, en medio de un silencio sobrecogedor que después del último verso y la sentida Sinuhé, se transformara en ovación merecida para quien es «el gran poeta de mi generación».

Haydée y Abel Santamaría, los Cinco y Ernesto Guevara también estuvieron presentes. Los primeros por medio de Canción del elegido, mientras que El dulce abismo, convertida en himno de amor y resistencia, evocaba a Tony, René, Fernando, Ramón y Gerardo. Por último el Guerrillero Heroico revivía nuevamente en América, te hablo de Ernesto y en un Che como solo puede devolvérnoslo Rancaño. Así, de acierto en acierto, fueron pasando las horas que parecieron segundos cuando los presentes olvidaron que justamente Silvio no es amante de los coros multitudinarios, mas no pudieron aguantarse en La maza, ni en Unicornio, ni en Ojalá, ni en Pequeña serenata diurna, ni en...

Silviófilos empedernidos y en una noche de sábado en verdad gloriosa, todos salimos, los viejos y los nuevos oídos, con bríos renovados a «comernos» el mundo, como amigos cercanos, y diciéndo para nuestros adentros: Ay, Dios, ¡Quién fuera... Silvio!


fuente:
http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2008-05-13/quien-fuera-silvio/

Galería de Imágenes del Concierto en el Karl Marx

Concierto en el Karl Marx Silvio, aprendiz de brujo



04 mayo, 2008

Silvio Rodríguez confía en el mejoramiento humano


El trovador dialoga en exclusiva con JR sobre su recién finalizada gira artística Expedición por centros penitenciarios del país

Por: Ernesto Juan Castellanos

Correo: digital@jrebelde.cip.cu

03 de mayo de 2008 00:34:48 GMT


Cuando la cultura se hace y entrega con amor y el público agradece su infinito valor artístico, estamos sin dudas ante una eterna obra de arte, sobre todo si va acompañada de la noble intención de enaltecer los sentimientos más hermosos del ser. Y así lo demostraron el cantautor Silvio Rodríguez y los expedicionarios que recientemente lo acompañaron en una misión de sensibilidad y dignificación humana por 16 centros penitenciarios del país. Con música, humor, literatura y artes plásticas, Silvio, Trovarroco, Sexto Sentido, la flautista Niurka González, Eliades Ochoa y su grupo Patria, Polito Ibáñez, Vicente Feliú, Augusto Blanca, el humorista Carlos Ruiz de la Tejera, los plásticos Alexis Leyva Machado (Kcho), Ernesto Rancaño y Vicente Hernández, así como el escritor Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura, mostraron con arte de altos quilates su confianza en el mejoramiento humano.

—¿Por qué esta Expedición por centros penitenciarios del país?

—Antes que nada, nuestra gira por las penitenciarías es por la gente que está cumpliendo condenas. Partimos de que la mayoría de la población penitenciaria está saldando su deuda arrepentida de su delito y desea tener otra oportunidad en la vida. Ir a cantarles a sus prisiones nos suma a las señales que le dicen a esos seres humanos que la oportunidad que quieren es posible.

«Desde los años 70, cuando los festivales de la nueva trova, siempre había alguna cárcel entre los muchos lugares a donde llevábamos la canción. Después, en Angola, se nos hizo costumbre cantarles a prisioneros porque en los frentes todo el mundo participaba de las actividades. Incluso una vez fuimos a la prisión de Luanda y en el auditorio había 12 sudafricanos capturados por las tropas cubanas. Cuando volví a Chile en 1990, estuve en la cárcel de Santiago, cantándoles a los presos de la dictadura que aún guardaban prisión. Ese mismo año, junto a Vicente Feliú y Augusto Blanca, emprendí una gira que pretendía recorrer todas las cárceles cubanas. Comenzamos por la Prisión Provincial de Pinar del Río —donde volvimos a estar hace unos días— y seguimos cantando en centros penitenciarios, hasta llegar a Matanzas. Allí hubo que parar por carencias logísticas: estaba empezando el llamado período especial. Siempre recomendamos que continuáramos las actividades cuando nos fuera posible.

«La última Asamblea Nacional a la que asistí, en diciembre pasado, me pareció un buen momento para replantear aquel proyecto que había quedado interrumpido. No lo propuse como una gira mía sino como la necesidad de una acción sistemática y coordinada entre los Ministerios del Interior y de Cultura, para que participaran los artistas que lo desearan. Por el contacto directo con los reclusos sabía el aliento espiritual que significaban las visitas artísticas y, además, tenía el dato de que los índices de conflictividad habían bajado sensiblemente en las prisiones que habíamos visitado en 1990. La iniciativa tuvo una aceptación total y aquella Asamblea terminó con el acuerdo de que se llevara a cabo el proyecto. El presidente del Parlamento, Ricardo Alarcón, me preguntó si yo participaría y comprendí que era justo que diera el ejemplo y formara parte de la primera experiencia. Todo esto lo conoció el pueblo porque salió en los reportes de televisión de la Asamblea; es obvio que por eso es que esta Expedición ha tenido tanta resonancia».

—Hipotéticamente se pensaría que los presos a los que les cantas tus canciones no tienen la sensibilidad de la poesía. ¿Cuál es la reacción a tus canciones de este público tan especial?

—En el Combinado del Este hubo un preso que recitó un poema propio que nos estremeció a todos. Si eso no es poesía, me pregunto qué cosa podrá ser. Además, los reclusos son cubanos y cubanas como tú y como yo, y conocen la variedad de la música que se hace en el país. En los intercambios, algunos de ellos me han mencionado títulos e incluso en medio de las actividades han pedido canciones. También sé que prefieren unas a otras por la fuerza de sus aplausos, como cualquier público. Yo pretendo que ese momento en que estoy con ellos lo pasen lo más agradablemente posible y para eso he seleccionado canciones reconocidas. Otra cosa a tomar en cuenta es que nuestro espectáculo es bastante variado, no es solo Nueva Trova. Hemos incluido fílin, sones, humor, música campesina, y los propios reclusos han aportado la rumba y el rap.

—¿Qué repertorio escogiste? ¿Una mezcla de temas antológicos y nuevos, o solo los temas más conocidos?

—En los 15 minutos que me tocaban fui cambiando las canciones, para no mecanizarme y aburrirme de mí mismo, cosa que puede dar lugar a una interpretación distanciada. Comencé cantando El Colibrí, con Vicente, y explicando que es la primera canción que recuerdo y que por eso tuvo que ver con mi posterior decisión de hacer canciones. Interpreté La maza, Óleo de mujer con sombrero, Quién fuera, Pequeña serenata diurna, y por último incluí Cita con ángeles porque me la pidieron. Otra que casi siempre estuvo fue Expedición, por ser el tema que le dio nombre a la gira, gracias a la ocurrencia de Léster Hamlet, el director de cine que nos acompañó.

—Desde que la gira comenzó a ser noticia en enero pasado, hubo rumores de que lo hacías porque habías estado en las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) en los años 60 y de ahí parte tu sensibilidad artística hacia los reclusos.

—La mitología popular es a veces más fuerte que la realidad. La idea de que yo estuve en las UMAP está tan arraigada en algunos que a mí me han parado personas en la calle para evocar «lo que pasamos juntos». Al principio yo aclaraba que estaban equivocados y veía como algunos se mosqueaban, como si yo estuviera negando mi pasado por una supuesta conveniencia. Cuando me daba cuenta de que no creían la verdad, a veces dejaba de decirla; en ocasiones incluso me sumaba a la mentira, para que mi interlocutor no se sintiera frustrado. Eso puede haber contribuido a que ese mito se expandiera. También llevan décadas diciendo que estuve detenido en Villa Marista. Hay leyendas con las que no se puede.

«La verdad es que cuando las UMAP existían, en los años 60, yo estaba pasando mi servicio militar. Existe la idea generalizada de que las UMAP se nutrían solo de civiles, pero cuando los que estábamos en el ejército cometíamos indisciplinas nos amenazaban con mandarnos a aquellas unidades a cortar caña. Yo tuve y tengo amigos que pasaron por aquella experiencia y nunca renegué de ellos ni renuncié a reconocerlos. En una ocasión, ya siendo civil, fui llamado y sometido a represalias por negarme a renunciar a esos y a otros amigos. Te garantizo que mi trabajo con los presos no viene de ninguna vivencia carcelaria personal, sino de un sentido de la solidaridad que siempre he tenido y porque hacerlo es parte de mi forma de asumir mi responsabilidad ciudadana».

—¿En estos centros penitenciarios les cantabas a todos los presos sin distinción?

—Tanto en 1990 como ahora manifestamos nuestra disposición de actuar para cualquier recluso que lo deseara, sin ningún género de discriminación. Las autoridades de Prisiones tampoco obligaban a asistir a nadie, porque no se trataba de una imposición sino de que los que asistieran lo hicieran a gusto. Por eso te puedo decir que las únicas limitaciones que sufrimos fueron de espacio.

«Por otra parte, lo que hicimos en las prisiones no fueron actos políticos sino culturales. Reynaldo González y Jaime Sarusky entregaron una biblioteca de 300 tomos de literatura; Sexto Sentido hizo una breve panorámica del fílin; Amaury hizo chistes y cantó Acuérdate de abril; Alexis Díaz-Pimienta interpretó La tulibamba y su famosa Seguidilla; Carlos Ruiz de la Tejera hizo jocosas reflexiones críticas; Eliades Ochoa, a ritmo de son, nos hizo saber que El cuarto de Tula le cogió candela; Augusto Blanca cantó No olvides que una vez tú fuiste sol. Vicente pudo haber sido el más político, porque musicalizó e interpretó unos versos de Antonio Guerrero, un preso político nuestro en los Estados Unidos. En todas las prisiones compartimos la escena con artistas aficionados, tanto reclusos como custodios, y la verdad es que quienes más cantaron canciones explícitamente revolucionarias, hechas por ellos mismos, fueron los presos».

—¿Piensan ampliar la gira también a centros de salud u otras instituciones que igualmente recaban de la sensibilidad de tus canciones?

—Eso lo ha venido haciendo, y muy bien, Liuba María Hevia, junto a otros artistas: una labor necesaria y muy meritoria, aunque poco publicitada. En ese silencio puede haber influido la extrema delicadeza que las enfermedades terminales inspiran. En algún momento yo también participé en alguna actividad de ese tipo, pero muy modestamente. Recuerdo que tuve que recurrir a canciones de Teresita Fernández, por tener poco material especialmente para niños. En fin, ojalá que en lo adelante pueda profundizar en esa dirección.

«Lo que sí seguro vamos a hacer, el domingo 11 de mayo, a las 5 de la tarde en el teatro Karl Marx, es el mismo concierto que llevamos a las prisiones. Queremos que al menos una parte del pueblo vea lo que hicimos. Va a ser una tarde de sorpresas y espero que se filme lo que va a pasar allí».

—¿Qué aprendiste durante la gira?

—La gira me reafirmó aún más que a las actividades culturales en las prisiones hay que darles continuidad, tanto con las visitas de profesionales como con el fortalecimiento del movimiento de aficionados. Esto debiera ser continuado por el Ministerio de Cultura, en conjunción con los Poderes Populares y el Ministerio del Interior. Estoy convencido de que recibir y/o practicar expresiones culturales puede hacer una importante contribución de mejoramiento, dentro del conjunto de medidas de rehabilitación que se toman.

«Otra bella experiencia fue el trabajo en equipo entre reclusos y artistas. Con nosotros marchó todo el tiempo Ernesto Rancaño, quien pintó un mural que ha quedado como aporte a cada prisión, asistido por presos que aman la pintura y por artistas plásticos de las provincias visitadas. En este frente también enriquecieron la Expedición Roberto Fabelo, Kcho, Sandor González, Vicente Fernández y otros maestros de la plástica.

«Lo último es decirte que los verdaderos héroes de esta gira fueron los equipos de montaje y de sonido, y además los choferes. Después de cada actuación ellos se quedaban recogiendo sillas, cables, bocinas, atriles y micrófonos, lo subían todo a los camiones y luego recorrían kilómetros para llegar tarde a sus cenas y a sus camas. Al día siguiente se levantaban con el amanecer y partían a la prisión siguiente, a montar todo lo que hacía posible cada actividad. Ellos, y todos los anónimos que trabajaban construyendo los escenarios, me hicieron recordar aquellos versos tremendos de Brecht: ¿Adónde fueron a dormir los albañiles, / la noche que terminaron la muralla china?».

fuente:
http://www.juventudrebelde.cu/cultura/2008-05-03/silvio-rodriguez-confia-en-el-mejoramiento-humano/